sábado, 4 de julio de 2009

cuento incomprensible # 4

Usted no va a entender este cuento. No pretendo que se sienta insultado ni impotente, sólo quiero que usted comprenda que, sencillamente, no va a entenderlo. Mil disculpas si siente que su comprensión de lectura o conocimientos literarios están siendo insultados, sepa que no es mi intención en lo más mínimo. La incomprensión de este cuento va más allá del papel del lector, ya que el cuento es inherentemente incomprensible. Para despejar toda comprensible duda sobra la razón de este cuento irracional, he aquí una lista inexplicable de factores incoherentes que hacen a este un cuento incomprensible.

3- Esta es la cuarta entrega de la serie de cuentos incomprensibles. Si usted leyera sus predecesores, lo más probable pueda entender este cuento, pero ya que los cuentos incomprensibles # 1, # 2 y # 3 no existen, este cuento permanecerá incomprensible hasta nuevo aviso.


46- Este cuento se ha realizado sin la más mínima inspiración, además de un vacío total en los campos de la investigación, planeación, instrucción y metodología, sin contar con la falta de conocimientos literarios e influencias narcóticas por parte del autor, por lo cual este cuento no tiene contenido alguno más que su incomprensibilidad.


69 - En este cuento no hay metáforas o interpretaciones que le puedan dar sentido alguno. Tampoco hay mensajes ocultos o personales que le permitan a determinadas personas conocidas del autor, o a individuos con gran bagaje literario, comprender este cuento.


84- Esta lista no sigue un orden lógico ni numérico que permita facilitar la comprensión del extraño fenómeno que es este cuento. Los factores que expone no son suficientes como para explicar lo incomprensible que resulta el cuento, además de que las razones de la incomprensibilidad del cuento más reveladoras son incomprensibles, por lo cual no tendría sentido alguno que las intente explicar.


69- Este punto esta repetido. Para evitar ser redundante y no aburrir al público, no se va a volver a exponer las razones que se explicó previamente en el punto homónimo.


15- La esencia de este cuento yace en su incomprensibilidad, si no fuera por este factor, este cuento no existiría del todo. Buscarle sentido atenta contra la caótica estructura caótica del cuento, por lo cual, en defensa propia, el cuento evita absolutamente cualquier forma de sentido, significado, comprensión y entendimiento.


106,5- Como puede ver, sólo la mitad de este punto está presente, por lo cual no va a revelar a cabalidad ninguna característica del cuento que logre explicar la incomprensibilidad del mismo, incumpliendo totalmente su función y por ende, estorbando en la lista.


72- Este es un punto de relleno. Al igual que el resto del cuento, no tiene sentido alguno ni significado más profundo que el de su mera existencia inútil e incomprensible.


-3 – Por ser este un punto negativo, tiene una in-explicación del cuento incomprensible # 4, por lo cual la información que conlleva no va a ser revelada para evitar aún más confusiones y sin sentidos.


200 – Este es el último punto de la lista, los puntos previos hicieron un trabajo tan maravilloso al explicar la razón por la cual este cuento es incomprensible, que este punto se va a dedicar a agradecerle por su paciencia y dedicación al leer esta tediosa lista. Muchas gracias por su persistente e infructífero interés en comprender esta obra.


29- Este punto no corresponde al cuento incomprensible # 4. Por razones fuera del dominio público, se ha filtrado un punto de otro cuento incomprensible al presente. La gerencia ofrece sus más sinceras disculpas por cualquier inconveniente que haya causado la presencia de este punto tan inusual.


4- En este mundo de relativismo nada tiene una explicación absoluta e irrefutable, para bien o para mal, este cuento no es la excepción.


38 - Esta lista está incompleta, y por mera coincidencia del destino, los puntos más relevantes y aclaratorios no están presentes en la lista.


59 – Tal vez no sea el mejor momento y lugar para mencionar esto, pero es preciso realizar un breve más ineludible paréntesis. Me dan miedo los laberintos, nunca he estado en un laberinto, pero es uno de esos miedos irracionales a los que no deseo enfrentarme. No soy capaz de hallar una explicación sensata al pánico que genera en mi la idea de perderse por la eternidad entre paredes y paredes idénticas. Ahora, continuemos con la lista.


3,141592653589… - El número Pi es un número irracional, por lo cual calza perfectamente en esta lista y en este cuento. Por supuesto que los dígitos presentados al inicio de este punto no representan la totalidad del número, si desea saber exactamente cuanto es Pi simplemente debe averiguar cuantas veces cabe el diámetro de un círculo en su circunferencia. Si logra averiguar con exactitud este número, por favor contacte a la NASA lo más pronto posible.


93- Las cosas más bellas de esta vida no tienen explicación. La obsesión por explicar las cosas ha estado presente en la historia de la humanidad desde el principio de los tiempos, por lo cual propongo dejar esa manía de la lógica y simplemente disfrutar el viaje.


1 - La función del primer punto de la lista es nada más pedirle que tome aire, se relaje, y trate de no frustrarse al leer esta lista tan incomprensible e irreverente; aunque tal vez sea muy tarde para eso…

miércoles, 15 de abril de 2009

El mercader de San José

Si hace un par de meses se le hubiera preguntado a Antonio Sevilla sobre su negocio, él hubiera respondido que era pura cuestión de oferta y demanda, y no hubiera estado equivocado. Puede que algunos legisladores consideren que lo que él hacía era reprochable e ilegal, pero para Antonio eso es simplemente un asunto de opiniones, y las opiniones son como un culo, todos tienen uno pero nadie admite que el propio huele a caca.

El negocio funcionaba así: Antonio manejaba un modesto camión, con ligeras especificaciones que permitían la especialización de los bienes que transportaba. interiores acolchados, algo de ventilación, cadenas y un sistema básico de monitoreo de la mercancía, en fin, nada muy elaborado. Antonio se encargaba únicamente de la compra y venta de personas, nunca ofrecía servicios aduaneros, de almacenamiento ni mantenimiento. Todos estos servicios adicionales requerían recursos y conocimientos con los cuales Antonio no contaba, por lo cual él decidió quedarse en su charco. Por supuesto que esto no significaba que él era un mediocre, de hecho, aprovechando su infraestructura y sus contactos, Antonio tenía en marcha un segundo negocio de coyotaje.

La empresa iba bastante bien, la globalización le abrió las puertas a productos de todo el mundo, los camiones eran de última categoría y totalmente camuflados (más de una vez lo habrán visto sin darse cuenta), él disfrutaba de sus labores como camionero, podía viajar por todo el país, y los inconvenientes no eran comunes. El negocio era ignoto entre las autoridades y estimado por sus clientes, sujetos algo macabros con los cuales Antonio no quería juntarse más de lo necesario. Los explotadores de niños hacían fiestas perturbantes, los tratantes de blancas siempre ofrecían agregados no muy bienvenidos al pago habitual, y los empleadores esclavos eran bastante groseros, pero bueno, cada trabajo tiene sus problemas.

En uno de sus tantos viajes, Antonio se enfrentó a una situación comprometedora. Verán, hay tres reglas de oro inquebrantables cuando se trata del manejo de bienes humanos: cada lote ha de alcanzar su destino sin tener idea alguna de donde se encuentra este, las condiciones de cada unidad han de ser, como mínimo, las necesarias para empezar inmediatamente con sus labores, sean trabajos forzados, explotación sexual o disfrute personal, y la cantidad de unidades no ha de variar de la estipulada. Por motivos de fuerza mayor, Antonio incumplió con las tres reglas de oro de una sola vez.

El cliente era uno de sus muchos tratantes de blancas, el cargamento no era particularmente valioso, la paga hubiera sido la habitual y el viaje pudo haber sido rutinario. Lastimosamente, una de las unidades sufrió un colapso con consecuencias desastrosas. Los colapsos no eran algo fuera de lo común; la deshidratación, las altas temperaturas o el sencillo pero poderoso miedo eran capaces de dañar a la mercancía, por lo cual Antonio siempre se aseguraba de mantener monitoreado a su cargamento. Él estaba listo para lidiar con desnutrición, colapsos nerviosos, hiperventilación, ataques de asma, diabetes y muchas más condiciones comunes entre las personas en esa situación, pero Antonio nunca hubiera esperado un parto en sus camión.

Antonio intentó en vano ignorar la situación de la muchacha, los imprevistos que había tenido previamente no fueron motivo suficiente para violar ninguna de las reglas y esta vez no iba a ser la excepción, según él…

En medio de San José, a altas horas de la noche y sin los conocimientos ni el equipo ginecológico necesario para traer a un niño al mundo, Antonio manejaba su camión entre los sollozos de la muchacha y los gritos por clemencia de sus acompañantes sin ser distraído por la situación. Fue el instantáneo y efímero recuerdo de su hermano menor, aquel que nunca pudo conocer, el que se escapó de las memorias que todo hombre pierde en su nuca hasta llegar al su corazón.

Todo se detuvo de repente, alguien ha respondido a nuestras plegarias. Luz artificial entró al lugar acompañada de un hombre en sus cincuentas, regordete, de tez morena y colochos que claman por un corte. Él traía un simple botiquín y la misma cara de miedo que todas nosotras.

-“¡Gracias a Dios, por favor ayúdenos señor!”

El hombre se acercó a la muchacha que respiraba costosamente en el suelo, miró a su alrededor como quien busca instrucciones y suspiró tratando de aspirar algo de inspiración divina. Ninguna de nosotras sabía qué hacer exactamente, unas se dedicaron a alentar a muchacha, otras alentaban al hombre, unas escaparon cobardemente mientras algunas lloraban en una esquina.

-“¿En donde estamos?”- pregunté apenas pude poner en orden mis ideas

-“San José”- Contestó el señor sin pensarlo dos veces, aunque en seguida puso la cara de quien debió haberlo pensarlo dos veces.

Antonio soltó todo y salió disparado de ahí, dejando a la niña cubierta en sangre y a la chiquilla palideciendo en el suelo y viceversa. Los candados sellaron la puerta, las llaves temblaron antes de encender el camión, y el sudor invadió al partero.

El cliente recibió la mercancía receloso. Si no hubiera un bebé en el lote nunca lo hubiera creído. Él se dirigió a Antonio, preguntando con ojos llenos de fantasía retorcida:

-“¿Cuánto por la carajilla?”

Antonio acababa de violar las reglas de oro, ahora se presentaba la milagrosa oportunidad de escapar del tortuoso destino que tienen quienes decepcionan a ese tipo.

¿A cuantas personas habrá condenado? él no sentía el dolor de los otros ¿Sería capaz de condenar a una recién nacida a la misma vida de miseria que le esperaba a esas muchachas? los llantos nunca habían atormentado sus noches ¿A cuantos más va a destinar al infierno? De algo hay que vivir, casualmente Antonio vivía de los otros. ¿Podrá resistir una vida marcada por las llamas y la navaja?


Antonio Sevilla siempre se arrepintió de su decisión.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Deuda de sangre

Adrián Aguirre es un hombre de palabra. Ninguna mentira cruzaba sus labios, ninguna deuda se acumulaba en sus manos, ninguna promesa quedaba inconclusa en su vida. Lastimosamente, en esa fría noche de octubre, Adrián hizo una promesa que no podría cumplir.

Esa noche de octubre él solo podía oler su propia sangre, a pesar de todo el humo de cigarro que lo rodeaba. Logró escupir algo de sangre junto un par de sus dientes, y se asustó por la ausencia de la prominente nariz que lo caracterizaba. Cuando terminaron de quebrar todos los huesos de su mano derecha, dejando una masa amorfa de huesos y carne donde una vez hubo dedos y nudillos, tomaron su mano izquierda y la colocaron en la mesa de billar. Fue en ese preciso momento cuando Adrián cometió el error que determinaría su vida.

Pudo detener a sus atacantes con la promesa de pagarlo todo. Si hubiera sido cualquier otra persona la que prometiera esto, los mafiosos hubieran hecho caso omiso. Pero este era Adrián Aguirre, hombre reconocido y recordado por siempre, SIEMPRE, cumplir su palabra. Le dieron la oportunidad de elegir entre un mes para conseguir todo el dinero, o una oportunidad más para apostar y saldar sus deudas de una vez por todas.

Adrián sabía que tenía dos problemas con las apuestas. El primero es que, ebrio de codicia, nunca sabía cuando detenerse; el segundo problema es que nunca ganaba. De hecho, fue una constante mala racha de apuestas las que lo llevaron a esta situación (aunque no sabría reconocer una buena racha, ya que en su vida a tenido una).

A pesar de reconocer sus dificultades con los juegos de azar, a Adrián le encantaba sentir los dados girar en la palma de su mano, el sonido de las fichas de poker caer lentamente lo ilusionaba, y los colores giratorios de la ruleta lograban esfumar sus preocupaciones. Su ilusión de una vida de lujos y sin preocupaciones siempre se apagaba cuando los dados caían en la mesa, cuando sus compañeros de poker revelaban sus cartas, y cuando la ruleta dejaba de girar.

Adrián nunca ha ganado una apuesta en su vida. De hecho, el nunca ha ganado en nada en toda su vida. Sin embargo, él nunca perdía la esperanza, él nunca dejaba de apostar, y él nunca dejaba de perder. Es por esta singular razón que Adrián decidió hacer su última apuesta, poner su vida en juego y dejarlo todo al azar. Cuatro disparos más tarde lamentaría esta decisión.

Apostaría contra el mismo dueño del casino. Al igual que Adrián, a este magnate de la mafia le encantaba apostar. A diferencia de Adrián, Don Mario nunca perdía. El médico trató con poca delicadeza la mano derecha de Adrián, haciendo remiendos y cortes como si tuviera un trapo en vez de un enorme coágulo de sangre. Una vez controlada la hemorragia, Adrián y el mafioso se dispusieron a jugar.

Sentados uno frente al otro en un pequeño despacho, Don Mario puso su revolver Smith and Wesson .357 magnum en la mesa, sacó todas sus balas del barril menos una. “Jugaremos ruleta rusa” dijo mientras hacía girar el tambor de la pistola.

El barril de esa enorme arma giró hasta esconder la bala entre seis posibles disparos. Don Mario le dio el arma a Adrián. Era pesada, muy pesada, señal de la potencia que una bala disparada por esa arma podría alcanzar. Adrián trató de sacarse de la cabeza la imagen de de sus sesos esparcidos por esa pequeña bala, y concentró todos sus esfuerzos en poner el cañón de esa imponente pistola entre sus dientes.

Adrián mordió levemente el cañón del arma. Si no hubiera tenido aquel olor de su propia sangre en la nariz, tal vez se hubiera dado cuenta que acababa de ser disparada. Tembló, lloró un poco, inhaló todo el aire que pudo, y jaló del gatillo.
El martillo golpeó el tambor del arma. Ese pequeño golpe había sido lo más maravilloso que Adrián había sentido en su vida. Adrián sacó el cañón de su boca, se dio cuenta de lo milagroso que es estar vivo, y por primera vez en su vida trató de retractarse de una promesa.

-“Don Mario, yo le puedo pagar lo que quiera, nada más déme tiempo”

Don Mario tomó el revolver con su enorme mano, apuntó el arma hacia su sien, y jaló el gatillo sin pensarlo dos veces.

Adrián se vio una vez más con una pistola en sus manos. Antes de jalar el gatillo Don Mario le dirigió la palabra.

-“Lo que busco no se puede conseguir con dinero”

Adrián pensó en su vida antes de apostarla una vez más. Recordó cómo lloró su primer día de escuela, lo feliz que estuvo cuando metió aquel glorioso gol en secundaria, su primer día de paga (y de cómo perdió todo el dinero en una apuesta), y aquel carro que tuvo que siempre se le jodía en medio paseo.

Con el revolver en bajo su barbilla le preguntó a Don Mario:

-“¿Qué es lo que busca?”

-“Sentirme vivo”

-“¿Y para sentirse vivo va a arriesgar su vida?”

Don Mario soltó una breve risa, y dijo -“por supuesto, no hay peor sentimiento que el aburrimiento. Cada vez que busco sentirme vivo ocupo una emoción más fuerte que la anterior. Al final de cuentas esta adicción a la vida va a matarme”

Adrián se dio cuenta que él y Don Mario no eran tan diferentes. Adrián también vivía para apostar, y como se acababa de dar cuenta, la única cura para su vicio era la muerte.

Un poco más calmado, puso el dedo sobre el gatillo del revolver. Trató de no pensar mucho en las consecuencias y jaló el gatillo. Pudo escuchar una vez más el martillo golpeando el arma, y este golpe lo despertó de una forma prácticamente religiosa.

Adrián puso el arma en la mesa. En ese preciso instante se dio cuenta de un pequeño detalle: él no quería morir. Puede que su vida no sea perfecta, puede que este ahogándose en deudas, puede que no tenga mucho de qué enorgullecerse, pero definitivamente no quería morir. Rogó una vez más por su vida.

-“Don Mario, vea, puede que usted quiera sentirse vivo y tentar a la muerte, pero por favor déjeme fuera de esta locura”

Don Mario puso el arma nuevamente en su sien. Con una ligera sonrisa, jaló el gatillo.

Adrián había oído muchas veces que cuando una persona muere, esta ve su vida pasar ante sus ojos. Lo que nunca nadie le había dicho es que, cuando una persona mira los ojos de otra muriendo, esta ve la vida del moribundo pasar frente a sus ojos.

Adrián vio el terror de Don Mario cuando su padre llegaba ebrio a su casa, también vio a Don Mario tosiendo con su primer cigarrillo. Vio la declaración de amor a aquella muchacha de cabello negro, vio a Don Mario llorar de amor. Vio la eterna pelea entre Don Mario y su primer carro, que siempre se fregaba en medio paseo.

Adrián había saldado su deuda, pero desearía nunca haberlo hecho. Desde ese día no ha vuelto a dormir, la comida sabe a cartón, hace el amor por inercia y fuma por hábito. A pesar de todo, él nunca volvió a apostar. Efectivamente, la muerte fue la cura de su enfermedad.

domingo, 31 de agosto de 2008

Feliz cumpleaños

Eduardo Quesada no es muy bueno recordando fechas. Para su buena suerte, ese día ocurrieron tres eventos determinantes en su vida (en diferentes años, por supuesto), su cumpleaños, su matrimonio con una mujer de ensueño, y el nacimiento de su hija, que es todo para él.

Madrugador como siempre, Eduardo preparó el desayuno para las mujeres de su vida, se baño, se rasuró, y se alistó para un día más en la oficina. Aunque es un empleado público, Eduardo siempre ha tomado su trabajo muy en serio, él siempre llega temprano y sale tarde de la oficina. Puede que sea algo monótono, burocrático y carente de agradecimiento, pero él sabe lo necesario que es para el país la función que desempeña, y más necesario aún mantener ciertos detalles de su profesión en secreto para el resto del mundo.

Mientras Eduardo esperaba a sus compañeros de trabajo para ir a la oficina, su esposa despertó y lo felicitó por un año más. Diana era bastante más joven que su marido, pero el aspecto jovial de Eduardo y su sonrisa perenne disimulaban sus cinco décadas recién cumplidas.

-“Amor, acordate que esta noche vamos a salir a cenar los tres.” – Dijo Diana, pronosticando que su marido piensa quedarse tarde en la oficina.

-“Cierto, casi se me olvida. Di, planeaba hacer una noche de poker con algunos compas del trabajo, no querés salir mañana en la noche con Carito?”-

-“Claro, ahí vamos al cine o algo. No sé porque siempre haces noches de poker, sos malísimo para ese juego, no sabes mentir, y siempre perdés.”-

Eduardo era un experto mintiendo e intimidando, pero esas eran habilidades que solo sacaba a luz en contadas ocasiones en la oficina.

-“¡Nombres, es que siempre me salen malas cartas! Antes que se me olvide, feliz aniversario nuestro y decile a Carito que feliz cumpleaños.”

-“OK amor. Trece años ya, todavía no puedo creer que nuestra chiquita cumple trece años”-

El pito un carro interrumpe los pensamientos melancólicos de Eduardo. No se le puede mencionar a Carolina sin se pierda en los recuerdos del embarazo de Diana, de la primera sonrisa de Carolina, de su primer chiste (malísimo, por cierto), y de cómo le costó aprender a amarrarse sus zapatos.

Ese pito anunció la llegada de los compañeros de Eduardo, por lo que salió algo apurado tras un breve beso de despedida de Diana. Con la subida estrepitosa del costo de la gasolina, un grupo de trabajadores de la misma oficina se organizaron para irse todos en un mismo auto al trabajo, y así ahorrar algo del modesto salario que les paga el gobierno.

-“Gente, mañana hay poker acá en la noche” – anunció Eduardo a sus amigos del trabajo.

-“¿Diay, no que era esta noche? ocupaba sacarle algo de plata para el fin de semana”- preguntó Ramiro

-“No no, hoy salgo con Di y Caro.”- respondió Eduardo, con el beso de Diana todavía en sus labios.

-“Usted ya está muy viejo para andar saliendo tan tarde”- bromeó Sebastián.

-“¡Jodás! De por si es solo salir a cenar y tal vez ver una obra o algo”

El viaje al trabajo era largo, lleno de presas, y el carro siempre llevaba más gente de la que cabía, pero se hacía corto para los que iban en el auto. Eduardo se encargaba de entretener a los presentes con alguna historia cómica de su juventud (que él no consideraba acabada), al recordar los viejos tiempos que sus compañeros más jóvenes no tuvieron el placer de vivir, o vacilando a algún compañero con un problema de esos que solo acosan a los jovencillos.

Una vez en el edificio gubernamental, Eduardo y sus compañeros atraviesan los diversos filtros de seguridad sin problemas. Puede que pasar a cada rato por rayos X, repitiendo códigos secretos que cambian día a día, rodeado de guardias armados y agresivos o pidiendo autorización para ir a cualquier lado parezca un problema, pero en tiempos de Guerra Fría, es un mal necesario.

Eduardo no se encuentra muy alto en el rango jerárquico de la oficina, aunque si es considerado un empleado de sumo valor, que presenta resultados efectivos, rápidos y de calidad. La razón principal por la cual Eduardo no ha subido estrepitosamente en la organización se debe al carácter reservado de su especialidad.

Avanzado el día, Ramiro contacta a Eduardo por teléfono, en voz baja.

-“Tenemos una situación en la sala de conferencias” – Le dijo Ramiro por teléfono a Eduardo.

Eduardo dejó todo lo que estaba haciendo y se dirigió a la sala velozmente. A él no lo llaman a menos que sea una situación difícil de controlar, donde se ha hecho todo lo posible sin tener resultados. Eduardo se especializaba en obtener respuestas cuando ya todo lo ortodoxo ha fallado.

Ramiro le entregó un fólder a Eduardo, que lo ojeó brevemente. Antes de entrar a la sala de conferencias, Eduardo preguntó:

-“¿La consiguieron?”

-“Si, está en la habitación contigua” – Respondió Ramiro

Eduardo tocó la puerta de la sala, para ver salir a Sebastián cubierto en sangre, sudando, respirando costosamente y bastante frustrado.

-“¡Puta sal, con estos chinos de mierda no se puede trabajar!” – Dijo Sebastián mientras dejaba entrar a Eduardo.

Eduardo dejó su humanidad en la puerta. Entró a la sala sereno, él nunca ha fallado en conseguir resultados. Antes de que Sebastián saliera, Eduardo le susurró :

-“Tráiganla”

Sebastián salió de la habitación rápidamente. Honestamente, él tenía miedo de las cosas que Eduardo hacía en ese cuarto, temía como cambiaba su mirada y su tono de voz, su porte jovial y simpático quedaba oculto por ojos fuertes y una sonrisa macabra. Lo que le aterraba aún más era su fama, dicen las malas lenguas que todos sus sujetos de trabajo acaban con sus propias vidas voluntariamente.

Eduardo se sentó en una silla de esa pequeña oficina, sacó una cajetilla de cigarrillos de su bolsillo, y le preguntó al sujeto:

-“¿Usted fuma, Señor Lao?”

-“No gracias, Señor…” dijo Kung Lao, con un tenue acento mandarín, esperando oír la identidad de su nuevo acompañante.

-“Quesada, Eduardo Quesada”- Respondió Eduardo, mientras guardaba la cajetilla –“ En realidad yo tampoco fumo, pero a algunas personas en su lugar a veces están muy tensas, y es más fácil que cooperen cuando se relajan”-

Kung Lao rió suave y brevemente, y dijo: “mi falta de cooperación no se debe a tensión, sino a lealtad”.

Eduardo entendió la razón por la cual lo llamaron, este iba a ser un caso difícil. Los casos difíciles no intimidan a Eduardo, y menos cuando él tiene un as bajo la manga. El tipo de ases que solo se deben usar en últimas instancias. Eduardo le dio una última oportunidad a Lao

-“Eso no lo dudo, Señor Lao. Se nota que usted no responde a las técnicas de persuasión clásicas, y es por eso que me han llamado a esta reunión. Yo voy a conseguir la información que estamos buscando, usted decide cuando terminamos, y cuanto va a sufrir.”-

Kung Lao ni siquiera se detuvo a pensar en la proposición, sin quitar su mirada de pocos amigos de Eduardo, dijo: -“Ustedes ya me han golpeado, cortado, quemado, mutilado, quebrado, violado, y electrocutado. Una amenaza no va a funcionar conmigo.”-

Eduardo asintió con la cabeza, se levantó de la silla, abrió la puerta ligeramente, y le dijo a Sebastián: -“démela”.

Kung Lao no le temía a ninguna herramienta de tortura, ya las había probado todas y sabía que esperar de cada una. Pero lo que entró a la habitación lo dejó paralizado, sin siquiera poder gritar, maldecir o intentar soltarse de sus ataduras.

Eduardo, al ver la reacción de Kung Lao, le dijo: -“ tome esto como un cumplido, señor Lao. Casi nunca tenemos la oportunidad de traer a terceros a esta sala, pero su pequeña Xiao Mei valió el esfuerzo.”

Junto a Eduardo entró una niña pequeña, de alrededor de trece años. Lloriqueaba levemente, lo que indica que lleva varios días en cautiverio, y ya está algo acostumbrada a su situación. Kung Lao todavía no podía creer que lograron secuestrar a su hija.

-“No fue tarea fácil, señor Lao. Usted ha logrado esconderla bastante bien, pero para su desgracia, los países no-alineados tenemos una red de inteligencia bastante eficaz.”- Dijo Eduardo, mientras acercaba a la niña a la mesa.

Kung Lao olvidó todo su entrenamiento, olvido su misión, olvido su lealtad. Él solo pudo suplicar, con una voz quebrada: -“Por favor, hoy es su cumpleaños.”

jueves, 24 de julio de 2008

El último trago



Nunca en mi vida he necesitado un trago como ahora. No me importa el purulento hedor de este basurero, ni las miradas amenazantes de los ebrios que frecuentan este lugar, solo me tomo un trago y voy a limpiar el desastre que dejé en mi apartamento.

Al buscar algo de dinero en el bolsillo de mi saco, me percato que no traje mi billetera. El dueño me mira con desconfianza, esperando la paga. Al mirar mis manos note una pequeña mancha de sangre en mis nudillos. “ Jefe, ¿acepta alhajas como paga?” le extendí mi temblorosa mano con mi anillo en la palma, como pidiendo limosna.

Aquel hombre tomó el anillo, me miró con desprecio diciendo, “Después no venga a buscarlo”. En realidad no me preocupé por recuperar el anillo, ya no significa nada para mi.

Recibí un vaso pequeño, lleno de licor, proveniente de una botella sin marca. Un ligero baño de polvo cae dentro del líquido, al fijarme en el techo noté que el cielo raso estaba en decadencia, al igual que todo lo demás.

El techo se desmoronaba, dando una insignificante entrada a la luz de la luna, la misma luna que disfrute tantas noches con ella.

Sorbo brevemente mi bebida solo, para sentir un ardor en todo mi ser. Un ardor en mi alma, rabioso y vengativo, ¿será la conciencia, esa voz que calló en el momento de mi ira, y ahora castiga mi cuerpo quemándolo por dentro?

Fui al baño para quitarme la mancha de sangre de mis manos. Al ver el orinal me encuentro con cualquier cantidad de líquidos que no me atrevo a describir. El olor del baño entorpece mis pasos hacia la salida (tal vez fue el alcohol) me vuelvo a sentar en el pequeño e incómodo banco, solo para encontrar mi vaso vacío.

Miro a todas partes desesperado, en realidad necesitaba ese trago. A mi diestra descubro a un borracho mirándome con sus ojos rojos y lagrimosos, no se si de tomar o llorar, abre la boca para dirigirme la palabra, salen una serie de sonidos y disparates incomprensibles, como un sollozo irreverente.

La música ranchera se detiene, el locutor de la estación informa que ya es media noche. Me pregunto si sería prudente regresar a mi apartamento, lo más probable es que algún vecino haya informado acerca de los gritos. Lo más probable es que las autoridades ya estén ahí, llamando a los familiares de ella, informándoles de la trágica noticia.

Decidí volver a mi apartamento, tal vez no sea demasiado tarde para ocultar la evidencia. Antes de salir ruego por un segundo trago, ante mi insistencia me dan el trago de mala gana, le aclaré al dueño que el anillo que di vale más que este lugar entero.

El segundo trago paso por mi silenciosamente, sin hacerme sentir aquel fuego que arrasaba con mi garganta, pero el efecto del licor si se hizo notar de inmediato. Sin darme cuenta estaba en aquel suelo húmedo y frío. Al principio supuse que era una pared, ya que no tenía baldosas, era solo una fría loza de cemento decorado con tierra y fluidos corporales, al ver los pies descalzos y los zapatos desgarrados me di cuenta que yacía horizontal en el piso.

El golpe aclaró mi mente, a duras penas me levanté y me acomode el traje. No pertenezco a este lugar. Me encaminé a mi apartamento, contemplando el basurero donde desperdicié lo que podrían ser mis últimos momentos de libertad.


viernes, 23 de mayo de 2008

Condenado por el amor



No puedo dormir sin sus gritos.

Sin oír sus llantos y lamentos, no sé si sigue viva, no sé si ese maniático ya la mató.

Al ver su etérea figura besarlo para despedirlo en las mañanas, me retuerzo de ira y lástima, celos y lujuria, odio y amor.

Su tenue voz es como el viento bailando entre los árboles, esos ojos profundos y lejanos me paralizan, y esas lágrimas de perla que corren por sus mejillas son mi regocijo y mi desconsuelo.

Por ocho años ella ha soportado esa tortura, por ocho años he sido testigo desde mi ventana, por ocho años he sido testigo del miedo, la impotencia y el tormento.


Hasta el martes.


Sus gritos fueron interrumpidos por un inusual silencio, que mi teléfono cortó súbitamente.

Una suave voz agitada me pidió ayuda para cargar algo pesado.

Me tuve que poner algo de colonia, no quería de mi objeto de deseo pensara que vivo como el vil cerdo que soy.

Cuando llegué, él daba sus últimos gemidos. Aunque matar a un policía nunca trae nada bueno, esta vez en especial puede pasar bajo mis narices de fiscal. Por más que ese desgraciado merecía ese cuchillo de cocina, es prácticamente imposible que ningún vecino haya llamado a la policía.

Ni me molesté en sacar el cuchillo de su espalda al enrollarlo en esas cortinas gruesas que escondían su belleza y opacaban su vida.

Tras lograr meterlo en la cajuela de mi auto, las palabras “tranquila, yo me encargo” lograron salir de mis nerviosos labios. Con manos sudorosas y temblorosas manejé hasta el botadero, que recibió el cadáver con sus fauces abiertas.

De vuelta en su apartamento, las labores de limpieza resultaron efectivas. Ni una sola evidencia de violencia quedó en ese lugar.

Por supuesto, los oficiales de policía se hicieron presentes. Ramírez fue el primer en llegar. Conociendo a los policías, él iba a ser el único en venir a estas altas horas de la noche. Aunque estaba más nervioso que en cualquier otro momento de mi vida, no podía permitir que esta oportunidad para tener a mi amada en mis brazos pasara de lado, si iba a encubrir este crimen, lo iba a encubrir hasta el final.

Ramírez era un hombre de poca estatura, tanto intelectual como física, obtuso a más no poder, caracterizado por ser crédulo e ingenuo entre los policías, aunque es más honesto y bondadoso que la mayoría de los uniformados.

- “¿Diay licenciado, usted como llegó aquí tan rápido?” – preguntó Ramírez, con su característica falta de deducción. Ramírez es indiscutiblemente incorruptible, por lo que debí valerme de su falta de educación formal y capacidad de análisis crítico para distraerlo de la escena del crimen que estaba frente a sus inocentes ojos.

-“Ramírez – Vociferé con mi dureza característica, al mirarlo con desaprobación a los ojos – ¿Cómo se le ocurre entrar en una escena del crimen tan poco preparado? Aunque su falta de profesionalismo nunca me sorprende, esta vez ha llegado a niveles preocupantes. Usted no sabe si en esta habitación hay un maniático armado, ni si estamos en una situación de rehenes. ¿Usted como sabe que no hay un francotirador en el edificio del lado, o si detrás de alguna de estas puertas hay toda una cuadrilla de para-militares?”

Ramírez tartamudeó perplejo, aunque él sabe que no tolero la ineficacia, nunca he reprochado a un agente con la severidad de ese momento. Antes de dejarlo dar excusas, di los toques finales a mi intimidante discurso.

-“Dígame Ramírez, ¿usted pidió refuerzos antes de entrar al edificio? ¿Se aseguró que no había peligro inminente antes de ingresar al apartamento?. ¿Acaso siguió el protocolo de Kramer para situaciones de peligro desconocido, revisó el manual de la Fuerza Policial Británica? Veo que ni siquiera ha desenfundado su arma, también noto que viene solo, explíqueme donde está su compañero, explíqueme por que no llamó a nadie antes de entrar. Quiero que me diga exactamente el proceso mental que siguió antes de entrar en este apartamento.

Ramírez se rascó su cabeza como un patético mono, e hizo lo que pudo para mantener la compostura antes de decirme la excusa, que estaba esperando, entre vacilaciones y titubeos.

-“Bueno licenciado… ¿Qué le diré? Recibí una llamada por disturbios domésticos y me vine de una vez. Entré apura’o porque no quería que ninguna señora saliera lastimada, usted sabe que eso de pegarle a las mujeres es muy feo y todo… Ah, y lo de mi compañero, es que la señora de Rojas tuvo una chiquita y él no ha tenido chance de verla, entonces le dije si quiere no viene hoy para que este con la bebé y… y…”

-“¿Sabe algo Ramírez? – lo interrumpí bruscamente – “no me importan sus excusas, el hecho es que usted no esta cumpliendo con las expectativas que pedimos en el departamento, mejor salga del apartamento antes de que empeore todo”


Cabizbajo, Ramírez dio media vuelta y procedió a salir del apartamento. Mientras giraba la perilla, se volvió súbitamente y, como quién olvida algo importante, hizo exactamente la pregunta que quería evitar.

-“¡Licenciado! ¿Esta no es la casa de Martínez?”

Sudor frío recorrió mi espalda

Huir. Solo en eso pude pensar.

-“Tiene razón, Ramírez. Vaya a la jefatura a reportar la situación.”

-“¡De inmediato, Licenciado!” dijo Ramírez con una sonrisa de satisfacción por un trabajo bien cumplido.

No había terminado de retirarse Ramírez cuando empecé a sentir mis piernas temblar. Cuando el oficial cerró la puerta tras irse, sentí que me faltaba el aire, la habitación daba vueltas y mi temperatura subió a niveles alarmantes. Logré dirigir mi caída al sillón, antes de perder la conciencia pude ver a mi amada salir de su habitación con más equipaje del que podía cargar, y salir del apartamento sin siquiera volver a ver hacia atrás.

No sé cuanto tiempo pasé inconsciente, ni que pasó en ese periodo de tiempo, solo sé que desperté en un celda.

Ignoré al reo que me miraba fijamente mientras jadeaba, y me dirigí al guarda.

-“Su juicio es en un par de horas, Licenciado”- Me dijo sin siquiera oír mi pregunta.

Juicio. Yo solía ser bueno en esas cosas. Podía encerrar a quien sea por el cargo que sea, a mi nunca me ha importado la justicia, solo quería deshacerme de la escoria que me rodeaba.

Entré con confianza a la corte, ni siquiera solicité un abogado defensor. Saludé de nombre al juez, y me senté en el lado del defensor con una ligera sonrisa en mi rostro. Esta sonrisa se esfumó cuando el juez proclamó los cargos por los cuales se me acusa.

Matar a un policía. No había forma alguna de salir impune de esa acusación. Si hay algo que el sistema penal odia, es perder a un peón. De inmediato declaré mi inocencia, y sin pensarlo delaté al amor de mi vida por el crimen.

El juez proclamó que dicha mujer no se ha podido encontrar en todo el tiempo de preparación, por lo que resulta imposible tomarla en cuenta para el juicio. Al parecer, ella no me esperó para desaparecer de la faz de la tierra.

Este juicio no buscaba descubrir la verdad, ni castigar al responsable del crimen cometido. Lo que se quería era un chivo expiatorio, y yo encajaba perfectamente en el papel. Evidencia tras evidencia me hundía más en la perdición.

Testimonios irrefutables convencían más y más al juez de mi culpabilidad. El guarda del basurero me vio botando un cadáver, el guachimán identificó mi auto ir a toda velocidad del basurero a mi edificio, mis detestados vecinos me vieron limpiando sangre en la escena del crimen, todos daban contundentes pruebas de mi culpabilidad.

En cambio, todo lo que yo tenía era mi reputación y el testimonio de Ramírez.

-“Juro por Diosito que el Licenciado es muy bueno y nunca haría algo tan malo.”

Un testimonio adorable, pero indudablemente inservible.

Una última declaración por parte del fiscal daría final a esta farsa. Las puertas de la corte se abrieron lentamente, y un ángel entró lentamente al recinto.

La aparición se acercó al estrado, y tomó la forma de mi amor. Ella vino a salvarme, ella tenía un plan para liberarme y poder irnos juntos a vivir solos en una pequeña cabina donde se escuchen las olas del mar.

-“ El señor Licenciado siempre me veía de una manera… perturbante. Todos en el edificio sabíamos que es un hombre de cuidado, pero nadie imaginó que fuera capaz de entrar a mi apartamento en medio de la noche, matar a mi marido, y tratar de tomarme por la fuerza. Gracias a Dios que los vecinos llamaron a la policía y esta se presentó inmediatamente, no sé que horrores hubiera sufrido si este hombre hubiera cumplido su cometido.”

Al terminar de dar este testamento, el fiscal le agradeció y ella se retiró sin mirar atrás. Sin duda ella tenía un plan, con esa declaración cerraba el caso y nadie nunca más iba a sospechar de que Rojas murió por culpa de su mujer. Ella salió impune, y a mi me condenó mi amor.

Permanecí en silencio por el resto del juicio, mientras el juez me declaraba culpable y mientras me transportaban a la penitenciaría. Traté de no pensar en la hordas de criminales (e inocentes) que he enviado a dicha institución, y me concentré en la forma de pasar desapercibido por estos 40 años.

-“Nos volvemos a ver, Licenciado”- dijo mi compañero de celda apenas entré. No recuerdo por qué crimen lo condenaron, ni por cuanto tiempo, solo espero que no sea tan despiadado como aparenta.

Dudo que sobreviva lo suficiente para volver a ver a verla, pero estoy totalmente seguro que ella me extrañará… al menos es lo mínimo que le puedo pedir a quien tomó mi libertad.


domingo, 20 de abril de 2008

Paseo en una noche de verdor



Me pican los pies. Puede ser por el sudor, alguna picadura de un insecto o el cansancio de estas largas caminatas, en búsqueda de algo que no quiero encontrar.
Esta noche me toca hacer guardia. Tras pasar todo el día caminando, temiendo encontrar el mismo infierno después de casa árbol o matorral, evadiendo minas y serpientes, tengo que pasar la noche despierto, vigilante y atento ante cualquier movimiento o sonido inusual.
Pero en esta jungla, todo movimiento es sospechoso, todo sonido es inusual.

Abrazo mi rifle y noto que tiembla, se sacude haciendo sonar todas sus partes. Pareciera como si el rifle también tuviera miedo.
No sé por que me mandaron aquí, y al parecer los que me mandaron a este infierno verde no se molestan en explicarme mi estadía. No quiero parecer un cobarde, pero solo tengo una cosa que decir que tenga pertinencia alguna.

Quiero irme a mi casa.